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San Nicolás de los Arroyos
martes, 28 marzo, 2023

Edición N° 4365

EL INVIERNO NUCLEAR QUE ENFRENTÓ A SAGAN CONTRA REAGAN: ¿MARTE PADECIÓ UN INVIERNO NUCLEAR?

Hace tres décadas, los científicos tomaron partido frente al frenesí armamentista de la administración de Ronald Reagan. Encabezados por el astrofísico y divulgador Carl Sagan, los expertos introdujeron en el debate político la teoría del invierno nuclear, una hipótesis sobre el impacto climático de un intercambio de misiles, logrando poner en tela de juicio la estrategia de guerra atómica limitada promovida por Washington.



¿Qué tienen que ver las tormentas de polvo en Marte con el crispado debate sobre el rearme promovido por el presidente Reagan en los años 80? Muchísimo, a la vista del decisivo papel del concepto de ‘invierno nuclear’ popularizado por Carl Sagan. El trigésimo aniversario de la publicación de The Cold and the Dark: The World after Nuclear War, el libro que puso ese escenario en el centro de la agenda pública, amerita un repaso de su génesis y recorrido hasta la fecha.

Digamos de entrada que el invierno nuclear es una hipótesis científica sobre el impacto climático de un intercambio limitado de misiles entre potencias enemigas. Postula que el humo y las cenizas eyectadas a la atmósfera por las explosiones y las tormentas de fuego bloquearán el paso de la luz solar, y las temperaturas de la superficie terrestre en verano descenderán una media de 25 grados centígrados. La disrupción duraría meses o años y tendría catastróficas consecuencias en los procesos biológicos, arruinando los cultivos y desencadenando una hambruna mundial.

Un apocalipsis climático inspirado en Marte

Sagan no ocultó que se inspiraba en su conocimiento de la climatología de Marte. Algunos años antes, las sondas Viking habían observado unas monstruosas tormentas de polvo barriendo la superficie marciana. Análisis minuciosos del fenómeno detallaron cómo el polvo transportado a grandes alturas por los vientos del desierto absorbía la radiación solar, en tanto abajo cundían las tinieblas y bajaban las temperaturas. De ahí que el astrofísico pensara que lo que ocurría en el planeta rojo por causas naturales podía tener su réplica en la Tierra debido a la acción humana.



Los creadores de la hipótesis TTAPS eran perfectamente conscientes de sus implicaciones políticas. No por casualidad la habían ideado en un marco de relanzamiento de la carrera armamentista por el Ejecutivo de Reagan. El Gobierno republicano intentaba vender su agresivo militarismo con mensajes tranquilizadores. Sus portavoces sostenían que un conflicto nuclear no sería tan devastador y Estados Unidos lo superaría sin grandes dificultades.

Cabe recordar que esos tiempos estaba muy asentada en la opinión pública la advertencia hecha por Einstein. Sobre si en la Tercera Guerra Mundial se empleaban armas atómicas, la cuarta se libraría con palos y piedras. A contrapelo de esa visión pesimista, Reagan y los neocon defendían “la guerra nuclear que se puede ganar”. Argumentaban que las bajas americanas no superarían la quinta parte de la población.

El invierno nuclear salió al cruce de esas falsas seguridades. A los ojos de la ciudadanía desveló un paisaje de pesadilla, de ciudades en llamas y poblaciones muriendo de hambre y frío en un mundo yermo y hostil. Venía a demostrar, en resumen, que en una guerra atómica no habría vencedores, pues el subsiguiente desbarajuste climático se llevaría a la civilización por delante.



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