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San Nicolás de los Arroyos
domingo, 26 marzo, 2023

Edición N° 4363

“LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS: UNA EXPERIENCIA DEL CIELO”

HE VENIDO PARA QUE TENGAN VIDA

Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Mateo (Mt 17,1-9).

Por el Monseñor Norberto Hugo Santiago
Obispo de la Diócesis de San Nicolás



“Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó a parte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos; su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús; ‘Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’. Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: ‘Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo’. Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: ‘Levántense, no tengan miedo’. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: ‘No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos’.
Palabra del Señor.

Jesús transmite la felicidad de Dios

En el segundo domingo de cuaresma, la Iglesia nos hace reflexionar sobre la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor, situación de la cual son testigos los discípulos y que podríamos llamar: “una experiencia del cielo”. Jesús se muestra a los discípulos como Señor, y Dios Padre confirmando esta realidad dice: “Este es mi hijo muy amado en quien tengo puesta mi predilección”.  Jesús quiere reforzar la fe de Pedro, Santiago y Juan, para que cuando llegue el Viernes Santo y lo vean rechazado, fracasado y muerto en la cruz por nuestros pecados, tengan la convicción que no quedará en la muerte, sino que resucitará triunfante al tercer día. Los discípulos viven una experiencia de cielo; de paz, de bienestar, de alegría como nunca habían vivido, y por eso quieren quedarse allí para siempre -esta experiencia la suelen vivir algunas personas que han estado entre la vida y la muerte, por ejemplo, por un paro cardíaco, suelen contar que vieron a Jesús como en una gran una luz y que tenían una paz nunca experimentada-. 



Una experiencia en lo más profundo del alma

Esta vivencia de felicidad del monte Tabor está a disposición también hoy para cualquier cristiano que haga una experiencia fuerte de Dios. Lo he visto infinidades de veces y lo sigo viendo cada vez que participo de un retiro espiritual, una convivencia con Cristo, para la cual la persona ha dedicado unos días y ha hecho un proceso de encuentro con Dios y con Cristo Resucitado. El resultado es una alegría desbordante, una paz única, que se celebra con cantos, con abrazos y una comida final, signo de convivencia, de comunicación, de encuentro. Es una experiencia distinta a la satisfacción fruto del consumo, de unas vacaciones, de comer algo rico, de disfrutar de un partido de futbol o una buena película; es una experiencia en lo más profundo del alma, fruto del encuentro con un Dios cercano que nos participa de su felicidad, que se vive con otros a los cuales los descubrimos “hermanos”. Por eso, el que vive este encuentro quiere quedarse allí, aunque sabe que la vida continúa, con toda su crudeza, su realismo y sus pruebas.

La vida se ve con otros ojos

Después de esta experiencia las personas vuelven a la vida de cada día con sus desafíos, pero la ven con otros ojos, desde otro lado, la observan desde esa nueva experiencia que ha llenado el corazón de amor y de esperanza. Sin embargo, también ocurre que cuando vienen los momentos duros que necesariamente son parte de esta vida, solemos sumergirnos en la tristeza y la desesperanza, creemos que todo terminó y que el fracaso durará eternamente. Es lo que les pasó a los discípulos el Viernes Santo y nos suele pasar en los momentos duros. Los discípulos no entendieron la experiencia del monte Tabor a través de la cual Cristo les quería decir: “no se desanimen, el Viernes Santo no será el final sino sólo un paso necesario”. Así ocurrió: como el sol oculto entre las nubes un día volvió a mostrarse porque siempre estuvo, Cristo Resucitó, no se lo pudo eliminar, vive para siempre compartiéndonos su felicidad y su alegría. Por eso, aunque a veces la nube del dolor y del fracaso nos quieren convencer de que se trata de una experiencia definitiva, no es así; si no perdemos la fe, tenemos la sabiduría de incorporar positivamente lo negativo, entendiendo que es la oportunidad para ser mejores personas y no nos olvidamos que un día tuvimos una experiencia de encuentro con Dios, comprobaremos que se trata sólo de nubes pasajeras y que el sol de Cristo siempre está, ofreciéndonos vida en abundancia mientras peregrinamos entre luces y sombras hacia el encuentro total.

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