Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Juan (Jn 20, 1-9).


Por el Monseñor Norberto Hugo Santiago
Obispo de la diócesis de San Nicolás
“El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: ‘Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto’. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto u cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar apare. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro; El también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos.”
Palabra del Señor.
Los milagros existen
Para que alguien sea declarado “Santo”, en los procesos de canonización se necesitan dos milagros, uno para la beatificación y otro para la canonización. Pero antes de afirmar que ha ocurrido un milagro, por ejemplo; la curación de una enfermedad incurable porque el enfermo invocó el nombre del candidato a ser santo, la Iglesia estudia el hecho a través de dos juntas médicas; una primera que, en caso positivo, dice: “la curación no tiene explicación desde el punto de vista científico”; luego, la segunda junta médica debe confirmar lo concluido por la primera, entonces los teólogos dicen: “aquí ha ocurrido un milagro”. Conocí una curación milagrosa, ocurrida en el Santuario de Lourdes (Francia). Un señor que llevaba más de veinte años en silla de ruedas por tener “esclerosis en placas”, una enfermedad hasta ese momento incurable –y creo que lo es hasta el día de hoy-. Este señor, en silla de ruedas, pasó delante de la imagen de la Virgen con otros tantos enfermos y allí tuvo una visión: vio que la Virgen, sonriente le decía que se levante. En ese momento no ocurrió nada. Cuando llegó a su domicilio, pidió que lo llevaran al baño, y estando allí, sintió que sus piernas perdían la rigidez que tenían, se levantó, comenzó a caminar, y sorprendido llamó a sus familiares que acudieron a él. El hijo de este señor, que tenía unos 25 años, testimonió que había conocido a su padre en silla de ruedas, y que no podía creer lo que estaba viendo.
La mediación de la Virgen María
La Virgen María, es Madre, nos conoce, y sabe que tenemos poca fe, que cuando oímos hablar de “Resurrección de los muertos”, no creemos que sea verdad, o al menos dudamos seriamente; por eso, de vez en cuando la Virgen se aparece, dándonos una señal de que Ella vive y puede pedirle a Dios que haga el milagro, como ocurre en el Santuario de Lourdes, o de Fátima, o en otros Santuarios, en los cuales es venerada como “La Madre de Dios”, y a donde muchos de nosotros acudimos cuando estamos necesitados de salud, de trabajo, de reconciliación o de otro favor. También vamos al Santuario de la Virgen a darle gracias por favores ya recibidos. Los sacerdotes, que ejercen su ministerio en los Santuarios, saben que esto es así.
Es razonable creer y celebrar la vida
La fe no es una conclusión de la razón, es un regalo que hay que pedirle a Dios, pero el razonamiento que podemos hacer en el caso de un milagro como el narrado es que si la Virgen se aparece es porque está. Un muerto, está bien muerto y no se puede aparecer; sólo se puede aparecer alguien que está vivo; y si la Virgen se aparece y es capaz de conceder un milagro, es porque vive, aunque de otra manera que la nuestra en esta tierra, vive, y el milagro es un signo de ello.
He traído a colación un milagro de la Virgen como señal de la Resurrección de Cristo, porque Ella no es Dios, es creatura como nosotros y por eso es un gran signo de esperanza para la humanidad, porque para los bautizados la Resurrección de Cristo de entre los muertos implica también nuestra propia resurrección más allá de esta vida.
Esto celebramos los católicos en Pascua: que por obra y gracia del Espíritu Santo, desde el bautismo fuimos hechos hijos de Dios, es decir, asociados a la vida de Cristo Resucitado, lo cual implica dos realidades: vivir los valores que Cristo nos dejó con su estilo de vida y vencer a la muerte, para que la vida feliz que ya late en nuestros corazones y nos motiva a evangelizar y trabajar por la dignidad humana, sea plena en una realidad en la cual la fe nos dice que ya no habrá dolor ni partidas, sino que nuestro estado de ánimo será como quien llora de alegría, porque veremos a Dios y nos reencontraremos con nuestros seres queridos. Buen domingo.